jueves, 24 de enero de 2008

la coppa di vino (noviembre de 2006)


Fue como amor a primera vista.


Yo tan flagrante, ostentando mi etiqueta, "tan peculiar" pensaste, mientras acariciabas mi cuello, el más esbelto y delicado sobre el que tu mirada se había posado hasta entonces, envuelto en su llamativa envoltura. Me sujetabas con firmeza mientras sacaste a pasear tu mirada por mi cuerpo, como quien toma una agradable caminata, sin prisa alguna, en una tarde soleada con buena compañía, en un parque repleto de pasto perfectamente cortado.

Y me llevaste de paseo hasta tu casa. Con cuidado y delicadeza, te deshiciste una por una las piezas que conformaban mi empaque, mi cubierta, disfrutabas tanto el momento... ¡Podía leerlo en tu mirada! Y te las arreglaste hasta que lograste verme tal cual soy. Respiraste muy profundo mi perfume y, desde entonces, supe que me había adentrado hasta tu más profundo interior.

Me serviste con lujo exquisito, en ningún momento tu mirada se despegó de mi figura, y entonces me percaté de que con cada segundo que pasaba, eras más y más mio... cada receptor en tu piel me deseaba tanto como tu corazón, y entonces tu ritmo cardiaco aumentó considerablemente, tanto que casi podía sentirlo en mí, muy dentro de mí.

Suavemente baile para ti, despacio y con un ritmo tranquilizador. Respiré. Sentía más y más vida llenándome hasta que me llevaste sin tardanza hasta tus labios. Un beso muy dulce.

La calidez invadió tu cuerpo y entonces me quitaste tus labios para verme. Y lo que yo ví en tu mirada fue un amor inexplicable, incomprensible, casi imposible. Pero lo que ahora había entre nosotros era todo tu universo, el más tierno que jamás hayas probado. Cerraste los ojos, me aspiraste de nuevo y me deseaste tanto que mi proxima visita a tus labios fue más desesperada que la anterior. Parecia que quisieras que nunca terminara...

Muy pronto invadí tu interior, fue rápido y abrasante, todo tú me recibía con los brazos abiertos mientras te llenaba con un fuego incapaz de todo daño.

Y fue cuando llegué a tu corazón. Lo contemple por un momento. Estaba más tranquilo ahora; latía con una paz y un ritmo encantadores. Poco a poco me acerqué y lo fui envolviendo y abrazando como una madre que protege a su hijo de todo peligro. Y allí lo sostuve un momento, lo rodeaba con todo mi calor para luego adentrarme respetuosamente en su interior. Y una vez dentro de él, me catapultó por tus venas hasta el rincón más alejado de si mismo, cerca de tus pies y luego de vuelta a tu cabeza, besando con ternura cada parte de ti, sin impotar cuán pequeña fuese.

No lo comprendías en ese momento y tampoco lo comprendiste cuando llegue a tu mente.

Era un desorden completo. Había ruido, miedo y todo parecía estar reinado por un espantoso alboroto.

Ya me habías visto, me oliste, me probaste, me sentiste. Pero ahora ahora comenzabas a escucharme.

Con delicadeza, mordí el suave lóbulo de tu oido cuando te susurré que tus problemas eran muy pequeños ahora que yo estaba a tu lado. Y de alguna manera, tu espíritu me escucho también. Como un vapor misterioso, mi voz trepo por los accidentes que había por todo tu cerebro; halló la forma de llevar mi amor hasta donde tú jamás lo habrías imaginado. Y allí hice mi voz más fuerte. Poco a poco tu interior se llenó de ella y comenzaste a entender lo que decía. Las tormentas se silenciaron y el ruido pronto se extinguió para ser sustituido por el alegre crepitar del fuego en una chimenea que ardía vivamente.

Estabamos solos, tú y yo, sentados en una gruesa y cómoda alfombra, disfrutando de aquel privado espectáculo mientras te percatabas de que estábamos muy adentro, en tu mente. Pronto notaste los sillones finamente manufacturados; los detalles de madera por todo el cuarto; el olor a papel viejo que manaba de los estantes llenos de libros ordenados con esmero, y una ventana por la que se colaba la luz de una luna llena en un cielo despejado, sin una sola nube que interrumpiera su magnificencia.

Y entonces volteaste a verme y me perdí la infinidad de tus ojos por segunda vez. Paso un largo rato hasta que nos recostamos frente a la chimenea.

Otro silencio casi ininterrumpido.

Y entonces me incorporé y tiernamente te contemplé. Escuchaba tu respiración, tranquila, cuando me arrodillé para acariciarte. Casi sentí como el calor te invadía de nuevo, pero no abriste lo ojos. Asi que, muy despacio, junté mis labios con los tuyos. Casi no se tocaron, pero esta vez te estremeciste y ahora me observaste a la luz de aquellas llamas. Te dije mi nombre.

Y el siguiente beso fue más fuerte, más profundo y, como una lanza, esa emoción te atravesó de un extremo al otro.

Y me levanté. Con los pies descalzos, muy despacio, abandoné la habitación, y sólo hasta que cerré la puerta con suavidad aparté mi mirada de ti.

Te quedaste tumbado, con la copa en la mano y mi botella vacía. Ahora mi perfume era tuyo, y lo exhalabas tranquilamente con cada ronquido.

Esa fue nuestra noche ¿la recuerdas?



2 comentarios:

Srta. Luna dijo...

hola:

solo quiero agradecerle que se tome el tiempo para leer mis absurdas fantasias irreales y monotonas. pocas personas me leen y creo que es usted el unico que deja comentarios.

espero que su vida este llena de felicidad, fantasia, color y amistad.

se despide de usted:

Srta. Luna

nuncajamás dijo...

Hola! no creas que te estafé y me quedaré con tu libro, de hecho ya acabé de leerlo, pero ahora lo está leyendo mi abue :S y pues me dejó un poco en ascuas el final... como que luego que pasa con el corazón blabla.. pero en fin te mando un mensaje cuanddo abue lo termine... jeje y perdón por la tardanza